sábado, 25 de agosto de 2012

Le Café 10c la Tasse




Aunque a la señora Ravenais no le pareció bien, al final tuvo que aceptar: cedió el muro del café que daba a la rue Puget para que lo empapelaran con publicidad. Gran parte de los anuncios pertenecían al señor George Dufayel de les magasins Dufayel, un imperio del mueble. De esa manera, el “Café 10 Céntimos la Taza”, pudo seguir calentando la mañana, casi la madrugada, a los trabajadores que se dirigían a Les Halles a descargar los carros que llegaban desde Calais con pescado y dolores de espalda.


Nota: Mientras escribía este texto he buscado alguna información. El Café 10c la Tasse estaba situado entre la rue Lepic y la rue Puget. Ahora esa esquina es un Häagen-Dazs. Les magasins Dufayel fueron un imperio a principios del siglo XX. Después cayeron en desgracia y su edificio central fue adquirido por Banque National de París (BNP)

sábado, 11 de agosto de 2012

El verano del 31


Hace unos años conocí a Lucanor Rosenvinge. Lucanor era escritor y también culto. Un día hablando con su editor se propuso renunciar a todo. No quería publicidad, no quería presentaciones, no quería que se promocionaran reseñas sobre su obra, no quería que en la cubierta apareciera el símbolo de la esvástica y tampoco quiso que apareciera su nombre, prefería un pseudónimo. Esa fue su renuncia pero tras esa renuncia hubo una más: renunció a volver a escribir. Lucanor dejó de ser escritor. Hace poco volví a encontrármelo en un café. Ahora vive en la casa de un marqués arruinado que maldice constantemente a Azaña y no deja de hablar de los naranjos que se agriaron aquel verano del 31. Lucanor me dijo que era su cocinero y que se encargaba de cuidarlo y que a cambio de eso podía disponer de una habitación, de un cuarto de baño, de tres comidas al día y del derecho de uso de la biblioteca de la casa porque, a pesar de la ruina, el marqués insistía en vivir en una casa, que lo de los pisos era cosa de burgueses.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Del Danubio al Moldava




En el diario que trataré de novelar aquí, escribiré que hoy miércoles me he encontrado con Hasek en la estación. No me ha saludado. Caían cuatro gotas y seguramente no me ha saludado por ello: la gente no tiene ganas de saludar mientras llueve.

 I. Empecé a leer el libro “El Danubio” de Claudio Magris. Al buscar las fuentes del río, Magris subió a una cima y comprobó que unos charcos le mojaban los zapatos. Y siguió subiendo y vio que las fuentes del Danubio se hallaban en el cobertizo de una casa de piedra de la que descendía un canalón que recogía sus aguas de un grifo que no podía cerrarse jamás y, por lo tanto, las fuentes del Danubio se hallaban ahí, en ese canalón, y que, por ser coherentes, tal como Magris escribe, ese canalón era el Danubio y que si se cerraba el grifo que surtía de agua al canalón se secarían Bratislava, Budapest y también Viena. Supongo que una vez allí debió de tocar el agua que salía del grifo con su mano y que, por ser coherentes, en ese momento, él mismo era el Danubio.

II. Sin cerrar el libro de Magris, mantengo abierto el libro “Las aventuras del valeroso soldado Schwejk” de Jaroslav Hasek por la página en la que Schwejk entra en la celda de una prisión de Praga. Allí se encuentra con cinco hombres sentados en una mesa y otro, de mediana edad, tumbado en una litera y manteniéndose separado como si el Danubio – tal vez el Moldava-  pasara entre ellos. Al preguntar Schwejk el motivo por el que estaban allí encarcelados, los cinco que estaban alrededor de la mesa contestaron que se hallaban allí por lo del archiduque Francisco Fernando de Austria y el atentado de Sarajevo que había tenido lugar esa misma mañana. Schwejk se sentó con los conspiradores porque él también había sido acusado por ello aunque, como los otros cinco, sólo por comentarios y chistes tabernarios sobre el emperador. «El sexto, el que se apartaba de los demás, dijo que no quería tener tratos con ellos para que no sospecharan de él, porque él sólo estaba allí por haber intentado robar y asesinar a un campesino de Holitz»