El otro
día caminaba por la calle de Verdi. Podía haber escrito que paseaba por la
calle de Verdi pero no era así, caminaba. Para quien no la conozca diré que la
calle de Verdi es una calle estrecha; estrecha para lo que estamos
acostumbrados, algo oscura por las noches, casi en una penumbra apacible que no
molesta a los ojos y con una falsa tentativa de parecer peatonal.
No sé
si alguien estará leyendo esto en estos momentos, o lo hará en cualquier otro
momento, pero me gustaría decirle que lo que aquí estoy escribiendo no es un
cuento. Quizás esta apelación la debería de haber hecho al principio de este
escrito pero, en el momento de empezar a contar lo sucedido, no tenía la
sensación que esta historia pudiera tener apariencia de relato.
Me
había desplazado hasta allí en busca de un café que me habían recomendado: el
Café del Deseo número cuatro. Cuando me dieron las señas no me atreví a
preguntar si el número cuatro era el número de la calle de Verdi en el que se
hallaba el café o, en cambio, formaba parte del nombre del local. Al llegar a
la esquina con la calle de la Perla pregunté a una persona que pasaba por allí.
Me referí al café como Café del Deseo, sin el número cuatro. “No me suena pero
sube más, por allí hay muchos bares”, me dijo.
Otras
veces me había pasado. Tenía la sensación que lo que realmente estaba buscando
era una puerta falsa. Sé que en Barcelona las hay y que algún día me
encontraría con una de ellas. Decían los egipcios que por las puertas falsas se
colaban las deidades para transitar de un mundo hacia el otro. Pues bien, esa
sensación de saber que lo que me encontraría sería una pared con la forma de
una puerta esculpida iba ganando fuerza.
Mientras
miraba calle arriba con semblante despistado, parado cerca de un quiosco, volví a encontrarme a la chica que me había indicado anteriormente. “El Café
del Deseo, ¿no será una puerta falsa?”, pensé en preguntarle, aunque desistí
para no parecerle un poco atolondrado y, en cambio, teatralicé la pose de estar
leyendo la portada de un diario que se había quedado sin vender en el
escaparate de la librería Torrent.
Como la
única indicación que tenía era que debía de subir calle arriba, así lo hice.
Buscaba un letrero grande en el que cupieran las cinco letras que andaba
buscando: Café del Deseo número cuatro. Esperaba encontrarme allí una
cristalera oscura. Debía de ser oscura para que no pudiera verse el interior.
Sería así para mantener el misterio hasta el final: “Hasta que no se cruza la
puerta no descubrirás que hay en lo profundo del Café”
Cerca
de una panadería que estaba ya cerrando y delante de un restaurant pude,
finalmente, ver el rótulo: "Café del Deseo", el desperfecto causado por una
pedrada que había producido la rotura del plástico en medio de la palabra
número y un cuatro en cifras: “Café del Deseo n ero 4”. Lo había
encontrado, aunque no en las condiciones que esperaba. El local estaba cerrado,
y por la apariencia de dejadez, debía de estarlo desde hace ya algún tiempo.
Volvió entonces esa impresión que había tenido de haber hallado una de las
puertas falsas de Barcelona. Allí, justo frente a mí, al lado de una panadería
y delante de un restaurant de comida del Kurdistán, una puerta falsa pasaba
desapercibida para todos en una calle con la falsa tentativa de parecer
peatonal y en una penumbra, casi apacible, que no molestaba a los ojos.