Sólo una vez fui solo al cine. Fui a ver
una película que resultó ser romántica. Jamás pensé que aquella película
acabara por tener tantas implicaciones, y que a partir de entonces jamás
volviera a ir al cine solo. Con los años, he conseguido olvidarlo pero, a
veces, vuelve un eco lejano. Entonces recuerdo que, por estar solo, lo estaba
incluso en la sala; hasta el operador había desaparecido dejando que el
proyector funcionara a su aire. Y cuando la primera bobina se terminó, a mitad
de película, la pantalla quedó iluminada en blanco, el color de la solitud.
Entonces me levanté de la butaca, abrí la puerta y salí del cine.
Leo a Enric de la Ville-Satam. Un
aforismo de Kafka que gustó a Jean-Luc Godard: «Lo positivo nos ha sido dado al
nacer. A nosotros nos toca hacer lo negativo». Y añade Ville-Satam que Godard
decía que no hay que olvidar que las imágenes del cine proceden de negativos,
«la realidad no puede aspirar a la plenitud si no cuenta con su correspondiente
contradicción y negativo».
Ahora lo recuerdo, y ha sido al pasar por
la calle Caspe. Recuerdo exactamente el lugar en el que sólo una vez fui solo
al cine. Fue en el Novedades. Al pasar por delante veo las taquillas tapiadas,
porque el cine dejó de ser cine hace años y ahora es el esqueleto de lo que
fue. No puedo asegurar que aquella noche, en la que estuve solo en la sala, el
cine no hubiera dejado ya de serlo, y que el operador que dejó que el proyector
funcionara a su aire no fuera el fantasma del cine Novedades. Y aunque la
tentación de volver a entrar en la sala es fuerte, también es de noche, y como
escribió Walser: «Me parecería indecoroso no tener miedo, pues entonces tampoco
tendría valor, que no es sino la superación del miedo.»