Podría pasarse toda la vida en una sola ciudad. Porque
una ciudad lo puede tener todo. No me refiero al hecho de no viajar sino al
hecho de vivir. Podría escribir: vivió en esta ciudad, mientras se lo permitieron. Y aunque su deseo pudiera
ser residir en otro lugar, lo que él denomina: vivir fuera, parece ser que
jamás lo logrará. Porque vivir fuera sería algo así como le sucedió a Adrienne
Lecrouvreur, «que fue enterrada a la luz de una antorcha en un terreno junto al
Sena; como actriz, proscripta del campo santo».
Podría vivir en un lugar en el que el verdugo no acostumbrase
a escribir, ni a hacer leer aquello que ha escrito; tal vez, incluso, en un
lugar en el que no hubiera escritores, ni verdugos.
Podría quejarse infinitamente de la ciudad desequilibrada
en la que vive. Y dejarlo ahí: sin hacer nada. O tomar lo que escribió Josep
Pla para definir lo que sería una ciudad equilibrada: aquella que mirada por un
lado, presenta unas cualidades y, mirada por el lado opuesto, unos defectos. Es
cierto que Pla lo escribió refiriéndose a una persona equilibrada y no a una
ciudad, pero qué es escribir sino mentir un poco.
«Bosmans la tranquilizó: nunca se le olvidaban los
nombres de las calles ni los números de las casas. Era la forma que tenía él de
luchar contra la indiferencia y el anonimato de las grandes ciudades.» Patrick Modiano