domingo, 27 de marzo de 2016

A unos minutos de Marienbad




También yo quiero atravesar corriendo los pasillos del Louvre. Aunque ahora estoy lejos. No en París, sino en Praga, y siempre que vuelvo a Praga, atravieso corriendo alguno de los puentes sobre el Moldava. Ayer por la tarde, mientras cruzaba a la carrera uno de ellos, vi como unos jóvenes nadaban en el río; todos nadaban crawl; salvo el ahogado, que hacía lo que podía.

En el hotel he estado leyendo Marienbad eléctrico, de Vila-Matas. Porque siempre que viajo me llevo varios libros en la maleta, aunque sólo sea para sentirme un poco más seguro. En el libro he leído una frase de Michel Leiris: «Exponerme cada vez que escribo, el deseo de exponerme en todas las acepciones del término». Y he pensado en eso: en exponerse, y en las veces que me he expuesto; en las veces que me he lanzado a nadar al río Moldava; en las veces que, una vez ya en el agua, he tratado de nadar crawl y he acabado haciendo lo que podía.

Parece ser que en nueve minutos y cuarenta y tres segundos, Arthur, Odile y Franz visitaron a la carrera el museo del Louvre, batiendo el récord de Jimmy Johnson, de San Francisco. 

¿Por qué se escribe? En los hoteles me siento feliz. En este de Praga ya me conocen de otras veces, siempre atravieso corriendo el hall del hotel. A la pregunta no sé responder porque siempre he optado por la renuncia, y renunciar es decir no, pero un no a todo; dejar de hacer, dejar de repetir, pero teniendo en cuenta que «si no se hace, hagámoslo». Puede que escribir sea como beber, y hacerlo constantemente sea como beber constantemente. He leído en Magma, de Lars Iyer, el caso de W., que he asociado de manera automática a la escritura. «W. es un bebedor estable. Lo aprendió de los bebedores polacos, que comienzan lentamente y continúan lentamente durante toda la noche».