martes, 27 de septiembre de 2016

Ya no quedan ideas, tal vez es lo que quiso decir



I. A veces mi vecina checa baja a pedirme algo, cualquier cosa, sólo con un pañuelo al cuello, y me recita su última poesía, y me dice que es la última, que hasta aquí, que no más. Entonces le digo que uno nunca sabe qué va a ser lo último que va a hacer o lo último que va a escribir, y que me gusta el pañuelo que lleva al cuello, aunque los demás vecinos no comprendan que en ese acto, en esa revolución, hay algo más que un pañuelo al cuello, porque ellos ya dejaron de avanzar, y que, de alguna manera, no volverán a avanzar jamás.

II. En el colegio leí a Marx y sus textos no me parecieron algo ofensivo. Lo leía y, mientras lo leía, sin darle importancia y con naturalidad, le iba dando la razón. Luego llegaron los que pervirtieron sus ideas, y también los otros: los que lo entendieron bien y trataron que aquello no se propagase. Lo que recuerdo de cuando leí a Marx en el colegio es que nadie puso aquello en funcionamiento correctamente. En definitiva, cuando me hicieron leer el Manifiesto del Partido Comunista, no encontré allí nada diabólico, ni al mismo diablo. Allí no había nadie.

III. Renunciar es la única opción. Pero renunciar a todo, y decirlo. Porque las cosas que no se dicen, que sólo están dentro de uno, en esta sociedad, que es la sociedad del espectáculo, del mal espectáculo, es como si no existieran. Por eso, aunque Elfriede Jelinek escriba que aferrarse a la nada supone una cobardía, lo mismo que aferrarse a dios, yo me aferro a la nada, y dejo a dios para los que tengan tiempo para esas cosas. Y, a la vez, pienso en las ciudades en las que desearía vivir. Pero vivir constantemente.