sábado, 30 de noviembre de 2019

Platonismo para el pueblo


En la calle, tantos desconocidos, y todos a la vez. Por eso, a primera hora, una cafetería siempre parece un lugar en el que se puede pedir asilo diplomático. Como he pedido un café solitario, el camarero me lo ha traído casi sin dejarse ver. Hay días que no tengo ganas de nadie. Son días en los que estoy solo pero queriendo. Entonces ha entrado una mujer y ha empezado a hablar con el camarero. Hablaba muy rápido. Por lo general, las personas que conozco por primera vez siempre me parecen que hablan una lengua extranjera. Aunque en este caso lo que he notado es que esa mujer hablaba sin comas. Era como si por la boca le saliera de forma continuada toda el agua negra y quieta de un pantano, con el miedo que me dan los pantanos. No tengo muchas normas, me dejo llevar por ideas sencillas: pongo las comas allí donde podría pararme a toser sin comprometer el sentido de la frase. Es pura intuición. No tengo mucho criterio: si toso, pongo una coma. 

Ya que anoche acabé de leer a Handke, y como siempre leo varios libros a la vez, hay momentos, como ahora, que pienso: Es hora de abrir otro frente. En cambio con el amor eso no me pasa. Soy partidario del desamor, y es entonces cuando pienso a lo grande antes de abrir ahí un nuevo frente, y no para no caer como Napoleón en mi propio invierno ruso, porque el invierno a mi Stalingrado interior no le sienta mal. Por eso me he bajado a la cafetería Una leve exageración, de Adam Zagajewski, y Saturno, de Eduardo Halfon. También he estado pensando lo atractivo que es el mito de la caverna. Se entiende perfectamente que ese pensamiento haya formado parte de la tradición europea, pero qué negativa es esa idea metafísica del Uno, de la verdad absoluta, de lo eterno, de la dualidad. Y la facilidad con la que siglos más tarde lo ligaron a la idea de dios. Y como a mí Platón siempre me cayó mal, me gusta cuando Friedrich Wilhelm N. escribe que el cristianismo es platonismo para el pueblo.  

domingo, 10 de noviembre de 2019

Porque hay lugares así




 A mí los hoteles me hacen feliz. No sé cuál fue el primer hotel en el que estuve pero recuerdo casi todas las habitaciones en las que he pasado una noche. Me gusta viajar porque es una forma de marcharse, como el personaje de Sexo, mentiras y cintas de video cuando dice que sólo tiene una llave, la del coche: «Si alquilo un apartamento tendré dos llaves, y si busco trabajo puede que necesite otra llave, más llaves. Por eso a mí me gusta tener sólo una llave». De la película de Soderbergh recuerdo las elipsis. Porque no es necesario contarlo todo. A veces no me explicaba algunas cosas; luego ya me las inventaba. Algunos días voy a comer al restaurante de un hotel que hay cerca de la estación de Sants. Es un restaurante en el que entro contento y salgo feliz. También cuando leí Kassel no invita a la lógica fui feliz. Aunque como presto más atención a otras cosas, cuando tengo que hablar de mis momentos de felicidad me veo obligado a fantasear. Recuerdo que una vez en el colegio me disfracé de Portugal. Hice ver a los que se acercaban que no entendía nada. Si me decían algo, a todos les respondía: ¿Pessoa?  

Leo en Carta breve para un largo adiós, de Peter Handke, que «algunas mujeres cuchichearon a mis espaldas noticias de muerte con delicadeza; ni siquiera cuchicheaban, sólo eran sus vestidos que crujían». Y esta frase me ha parecido muy de Juan Rulfo. 

Leo en La sabiduría de lo incierto, de Joan-Carles Mèlich, sobre Madame Bovary y sobre la mejor descripción que ha leído nunca al respecto del aburrimiento en una relación de pareja: «Se besaban a determinadas horas y ya está». Y qué bien cuando J.C. Mèlich dice que poco tiempo después de Madame Bovary, de Flaubert, irrumpe «el filósofo del martillo»: Friedrich Nietzsche.

Leo en Aurora, de Friedrich Wilhelm N., que la pequeñez de nuestro ambiente, lo que tenemos ante los ojos todos los días, nos hará perecer imperceptiblemente. Y si queréis perderos en absoluto, hacedlo más bien de un solo golpe y súbitamente: entonces quedarán de vosotros ruinas altivas.