domingo, 5 de enero de 2020

Cuando lleguen los suicidas a la estación


Desde el tren, las estaciones con su tenue iluminación parecen discretos bares de alterne. Cuando la pareja de enamorados con su sonrisa de haber estado bebiendo absenta ha cambiado de vagón, he pensado que hay personas así, como si vivieran en una ficción y no en Barcelona. Al llegar a casa me he encontrado a mi vecina checa en el rellano. Le he dicho que me gustan estos momentos, lo que los franceses llaman «entre chien et loup» (entre perro y lobo), ese momento del atardecer en el que se puede tomar una cosa por la otra. Entonces me ha dicho que hace años, cuando todos eran más más jóvenes y más lobos, en noches así se reunía con unos amigos, bebían ginebra y después de leer poesía follaban como chicos salvajes. Y que unos años después a uno de ellos lo encontraron en la orilla del río. Les dijeron que podía haber caído desde uno de los puentes. Tenía el estómago hinchado, como si antes del último momento hubiera tratado de beberse todo el agua del Moldava. Le he dicho que cuando vivía cerca de Girona pasaba cada mañana por una carretera para ir al colegio, y que pensaba que si caíamos, antes de nada, me bebería todo el agua negra y quieta del pantano, con el miedo que me dan los pantanos. Aunque sólo era un pensamiento terapéutico. Como estoy leyendo Delicioso suicidio en grupo, de Arto Paasilinna, me he acordado de la tradición en el lago Humalajärvi de lanzar una botella de alcohol medio llena para que le acabara llegando a alguien al otro lado del lago, y ese desconocido se la pudiera beber y supiera así que nadie en el fondo está tan solo.

Escribió Borges que «en todas partes del mundo hay devotos de Marcel Schwob que componen mínimas sociedades secretas». En el libro de Paasilinna he encontrado otra agrupación literaria rara que he añadido a mi lista: la asociación finlandesa de «aspirantes a suicida». Porque me gustan las agrupaciones raras: la Sociedad de Expertos en Mareas Negras, de Bernard Quiriny, que, cada vez que se producía una marea negra, eran capaces de recorrer medio continente para poder apreciarla. Unos locos; la Asociación internacional de observadores de las nubes, de AMM; el comité que, por empatía hacia el triste final de los caballos viejos, decidió comérselos, de Soren K.