sábado, 22 de febrero de 2020

Cuando la muerte te toca de lejos parece otra (V)


Esta mañana, en la estación, pasaban trenes que no estaban anunciados mientras que otros no llegaban a pasar. Hasta los suicidas estaban desconcertados. 

Leo que hay que dejarse arrastrar a un profundo desinterés, caer en el nada-me-importa de los muertos.

Escribe Oscar Tusquets que no hay colores bellos y colores feos. El verde que nos parece maravilloso en las hojas de una planta nos horroriza en el rostro de un cadáver.

Que me han dicho hace un momento que «los funerales deberían considerarse obras de ficción».

Escribe Fernández Mallo que está bien estudiado que, en el cine europeo, el horizonte significa pérdida o melancolía; en el cine norteamericano, esperanza, imán de pioneros; y en el cine chino o japonés significa muerte.
 

Escribe Beckett que se apresura a retirar la mirada de los objetos a punto de desaparecer. Nunca ha podido mirarlos hasta el último momento.

Leo lo escrito sobre Espriu el día de su muerte: «Un físico antipático, no sencillamente adusto sino bastante repelente, como un cuerpo inasequible a los sastres, un cuello más hecho para la soga que para la corbata».
 

Cuando hay un muerto, si está Juan Rulfo, entonces hay muchos muertos. También cuando está Borges.

«— Disculpe, ¿la granja de Antonio Sierra? 

—Va en rumbo equivocado— me dijo —. El cementerio es para allá. 
—No voy para el cementerio.
Me miró perplejo, sonriente, como si lo estuviera yo entreteniendo.
—Todos vamos para allá» [Mateo García Elizondo]