sábado, 25 de abril de 2020

En uno de los surcos de la frente de Beckett



Aunque algunos se asoman para dejarse de rodeos, yo me he asomado a la ventana para ver el atardecer en Lisboa, los puentes sobre el Tajo y el óxido de sus farolas. También he visto a un hombre solo que caminaba por la calle como si se le hubiera quebrado un ala. Recuerdo habérmelo encontrado hace un par de años en una cafetería. Tenía una brecha en la ceja que aún le sangraba. Parecía un pálido pájaro negro herido de muerte. Un cuervo. Pude ver que sobre una silla había dejado una coraza metálica. Me senté en una mesa y, cuando fui a sacar un libro que llevaba en la bolsa, me dijo que la ortografía era individualismo y que, en cambio, la gramática era algo colectivo, social: un paso hacia el marxismo. No le hice caso porque siempre me ha impresionado la gente que me habla sin conocerme, y más si me dicen cosas sin sentido. Fue entonces cuando me dijo que siempre llego con retraso a todos los hechos de mi vida. Eso me llegó. Y estuve a punto de decirle que quien parecía que tenía un retraso era él, pero al final le dije que yo siempre he querido pasear con una coraza de hojalata bajo el brazo por las calles de Berlín. Y más aún, bajo el cielo de Berlín. Hoy, desde el Mirador da Graça en que mi ventana se ha convertido, y mientras he visto a ese hombre solitario que paseaba por la calle, me he fijado en lo poco que ha cambiado, y que seguía con ese aspecto, como si hubiera sido abatido una noche de invierno durante un bombardeo de la Luftwaffe. Luego me he puesto a leer un rato. Escribe Cioran que paseando por Saint-Chéron, en otoño, todos los árboles de color óxido. Y sé que esa frase le hubiera gustado a Sebald, ya que en todos sus libros presta mucha atención a los árboles. En sus Cuadernos, espero siempre el momento en el que Cioran se encuentra de casualidad a Beckett por la calle. Quizás sea a Beckett al único que trata con cariño en el libro. Escribe C. que el otro día lo divisó en una alameda secundaria del Luxemburgo leyendo un periódico como lo haría uno de sus personajes. No lo abordó. «La conversación exige un mínimo de dejadez. Sam es incapaz de ello. Todo en él revela al hombre del monólogo mudo». Y como mis pensamientos a veces se van por las ramas, he vuelto a pensar en Sebald. Porque me pasan cosas así, que de aquí a unos años alguien me dirá que Sebald, en alemán, quiere decir arboleda.

domingo, 12 de abril de 2020

Praga, a las afueras de París (III)


Desde la ventana de casa, los días claros, puedo ver Praga, a las afueras de París. También puedo ver cómo varias calles pueden llevar a un callejón sin salida, porque la aritmética de las ciudades siempre es confusa. Luego he pensado otra vez en París ya que a veces se me queda la mente en blanco, como a Hemingway después del balazo. 

He estado leyendo Trópico de Cáncer, de Henry Miller. Hay un momento en el que Miller hace lo de Perec antes de Perec. Se sienta en la Place de Saint-Sulpice, «tan tranquila y desierta», y también agota aquel lugar parisino: los autobuses, el sol, los campanarios, el chapoteo de la fuente. «La plaza tan querida de Anatole France». También Cioran escucha desde su apartamento las campanas de Saint-Sulpice: «Es un ruido diferente del de los coches». Más adelante Miller hace lo mismo en la Place de la Trinité, donde describe otra vez el paso de los autobuses, las palomas que lanzan gritos de alarma, el garçon que limpia la mesa, las mujeres que pasan delante de él meneando sus culos.

Entonces me ha llamado mi vecina checa. Me ha contado que tuvo un novio en Praga que nunca comentaba lo que le había pasado ni ayer mismo, que formaba parte de esas personas cuyo único recurso es el futuro. Como no he querido continuar por ahí, ya que mi único recurso es el pasado, le he dicho que por mucho que ahora anochezca más tarde, yo tengo el mismo sueño. Luego le he explicado que he estado pensando en la idea de concluir el mapa concentrado de la literatura que hace años traté de elaborar. Y que iba a añadir una nueva calle a ese mapa, el Boulevard Raspail, en el que Henry Miller se encuentra a una mujer que explica que nació en Polonia y que su padre era irlandés. Y que por eso ella es inglesa.

Estos días estoy leyendo también Austerlitz, de Sebald. Escribe Sebald que al inicio, a Vera lo que le molestó especialmente cuando los alemanes invadieron Praga fue el inmediato cambio a la conducción por la derecha. «El corazón le perdía un latido cuando veía un coche circular a toda velocidad por el lado derecho, porque inevitablemente tenía la idea de que, en lo sucesivo, tendrían que vivir en un mundo equivocado». 

Escribe Henry Miller que incluso cuando el mundo va camino de su destrucción, hay un hombre que permanece en el centro.