domingo, 13 de septiembre de 2020

La hierba de las noches

Fue en el piso de arriba. Un vecino se colgó. Hace ya unos años de ello pero si lo pienso, todavía lo imagino ahí, balanceándose. Y luego aquel grito, cuando apareció un familiar porque hacía unos días que no lo veían. Un quejido de muerte. Que a veces hay pensamientos que son los bajos fondos de los pensamientos. He recordado esto porque estoy leyendo La hierba de las noches, y porque escribe Modiano sobre un personaje que esperaba a que lo interrogaran en el despacho de un edificio del muelle de Gesvres. «Yo me decía a mí mismo que a lo mejor, en ese despacho, estaba en el lugar exacto en que se ahorcó Gérard de Nerval».

Como estoy elaborando una lista de zonas literarias para no sé qué, en este libro he encontrado otro territorio: «el 66», el único café que no cierra de noche y en el que Jean, el personaje de Modiano, entra cuando pierde el último tren de la estación de Le Luxembourg. Este café me ha recordado el barrio de After Dark, de Murakami, que también quedaba aislado de noche cuando acababa el servicio de metro. Son lugares en los que no sabes si no se puede entrar o, en algún momento, no podrás salir, como la fortaleza de El desierto de los tártaros. Sé que también hay zonas así en la cabeza que, aunque no se ven, también son espacios frontera.

He visto que el muelle de Gesvres, está frente a la Île Saint-Louis, una de las islas del Sena. Anoche leí en El libro de las aguas, de Limónov, que Charles Baudelaire vivió ahí, en el Hotel de Lauzun. A Nerval lo encontraron en la rue de la Vieille-Lanterne, y aunque se pensó que podía haber sido asesinado, Baudelaire tenía claro que Nerval murió de lo que murió, y que «lo hizo para librar su alma en la calle más oscura que pudo encontrar».