domingo, 1 de noviembre de 2020

Papeles falsos

Anoche estuve un rato mirando desde la ventana, porque encuentro en las ventanas una forma de simplificar todas las complicaciones que me envía la realidad. Es justo en ese punto que dar un paso al frente también es viajar pero de otra forma. Estuve pensando cuando, hace ya unos años, le dije que lo que tengo dentro de la cabeza es mi Stalingrado interior, y me respondió que a ella no le importaría vivir en esa ciudad, porque si aquello eran las ruinas de una ciudad en la que había que ir con cuidado con los cascotes tirados por la calle, que afuera, en la vida real, también había que ir con cuidado con los coches. También anoche comencé a leer Papeles falsos, de Valeria Luiselli, y que sólo con las primeras siete páginas podría darme ya por satisfecho. Porque son una maravilla llena de muertos. En esas primeras páginas —Cimitero de San Michele—, Luiselli busca la tumba de Brodsky en la isla de San Michele, en Venecia. Era normal que escribiendo sobre Brodsky y sobre Venecia, Luiselli se refiriera a Marca de agua. A mí me gusta mucho ese libro de Brodsky, porque hay libros que fijan algunas ideas. Cuando Valeria encuentra la tumba del ruso, sobre la que había chocolates, plumas y flores, ve a una anciana cargada con bolsas de mercado parada frente a la tumba de Ezra Pound. Anoche, mientras miraba por la ventana, pensé que a veces parece que me arrastro por el suelo en lugar de caminar, como si estuviera afectándome el espíritu de un cocodrilo. Además, como me gustan las agrupaciones literarias raras, busqué un texto de Luigi Amara en el que explica cómo, junto con un grupo de amigos, crearon la Internacional Bostezante, cuya idea central era perfecta: «Estropear todo momento, cualquier ocasión de regocijo y esperanza, de felicidad y aun tristeza, con la dinamita temible del bostezo». Y que el fin de La Internacional Bostezante era volverse odiosos a fuerza de abrir constantemente la boca y comportarse como un pez. Aquello me pareció una idea legítima. Luego volví a las primeras páginas de Papeles falsos, cuando la anciana que estaba parada junto a la sepultura de Pound se acerca a la de Brodsky y «con toda tranquilidad», como si fuera una rutina, empieza a guardarse los chocolates que le habían dejado al ruso. También luego se guardó las plumas y los lápices. Y entonces Luiselli le pregunta si había conocido a Brodsky o si lo había venido a visitar. «No, no —le dijo— sono venuta per visitare el mio marito, Antonino. Credo que Brodsky era un famoso poeta, ma non tanto come il bello Ezra»