Esta mañana he salido temprano. Quería ir a una cafetería
pero todas estaban cerradas. Como he visto a una mujer que tenía el pelo fino y
castaño como una manta, me ha entrado un poco de sueño. Cuando he vuelto a
casa, he estado un rato mirando por la ventana, que no es algo triste salvo que
la intención sea la de tirarse por la ventana. También en la música los acordes
menores son más tristes. Y eso no tiene por qué tener una explicación. Como me
gustan algunas cosas, he leído que la rotación de la Tierra sobre su eje ha
comenzado a acelerarse provocando que los días sean más cortos. Por lo que el
19 de julio de 2020 se midió el día más corto jamás registrado, aunque sólo lo
fue por unas milésimas, casi imperceptible, como la justicia. También el día
que Arthur, Odile y Franz visitaron en 1964 a la carrera el museo del Louvre
batieron el récord de Jimmy Johnson, de San Francisco, dejándolo en nueve
minutos y cuarenta y tres segundos. Me ha comentado A.C. que podríamos
escribirnos cartas como Kafka a Felice Bauer o como Henry Miller a Anaïs Nin.
Si un día de este invierno escribo una carta a A.C. la empezaría así: «Me ha
cambiado el metabolismo porque tengo las manos frías; en general, incluso de
las cosas externas me siento un poco responsable».
Ahora estoy leyendo Malone muere, de Beckett. Qué incómodos son los personajes de B. Incluso ha habido un momento en que no he visto con malos ojos en Malone muere que Malone muera. Me ha recordado al escarabajo de Kafka. Ambos se pasan la novela en una habitación. Y los dos miran por la ventana. Creo que el escarabajo de Kafka se fija en lo larga que es la calle; en cambio, el Malone de Beckett se fija en el edificio de enfrente, en una pareja follando entre las cortinas. Desde luego, me quedo con el personaje de Kafka porque, como me comentó R., en el escarabajo de Kafka cabe toda la humanidad.