sábado, 16 de febrero de 2019

Cuando la muerte te toca de lejos parece otra (IV)



He ido esta mañana a despertarme a una cafetería. He estado leyendo un rato porque estoy tomando notas para escribir un  Manifiesto sobre el desamor, aunque también me dedico a recopilar diferentes teorías sobre la muerte. Por eso me he fijado en la gente de la terraza, sobre todo en aquellos que fumaban, y en su forma de tirar las cenizas al suelo, como si vertieran a un familiar a las aguas del Mediterráneo.

Después me he encontrado a mi vecina checa en el rellano. Me ha dicho que ayer, con el frío de la mañana, pensó en difuminarse, y que recordaba una película de Woody Allen en la que un actor cada vez que salía en pantalla aparecía desenfocado, y que quizás fuera eso lo más parecido a echarse a un lado, al derecho a apartarse de un artista. También me ha contado que de pequeña entró a ver a su tío muerto, y que desde entonces le parece que todos los muertos tienen cara de no me molestes. A veces lo recuerda en sueños, porque ella también duerme mal y a destiempo, y que cuando lo consigue tiene sueños raros: ¿Tú también ves en fila a todos los ahogados del Moldava?

Escribe Zambra que la muerte admite bromas, los cadáveres, no. Un cadáver es la muerte menos la broma.

En casa he estado leyendo sobre las «obras de arte que cuelgan de las paredes como mariposas atravesadas por un alfiler. Quieren convencernos de que alguna vez volaron». Y después ese gesto de Luigi Amara: Llevar flores a los museos como se llevan a los cementerios.

Hubo un tiempo que pensé que Rainer Maria Rilke era una mujer. Y que Arthur Rimbaud y Arthur Rimbaud muerto eran la misma persona.