viernes, 13 de octubre de 2023

Del ruido de fondo de alguien cayendo


De camino hacia la estación he pasado por delante de una terraza donde un hombre vestido de negro tomaba un café solo; seguramente, un hombre con dificultades para relacionar ideas. Bajo su mesa había un perro, como bajo la Cruz en los cuadros de los pintores flamencos. Ya en el andén, una mujer de pelo blanco y agitado se ha puesto a mi lado y, mirando al cielo, me ha dicho que cada vez van más hacia el oeste, y que luego se olvidan de volver: hay una generación de gaviotas que no ha conocido el mar. Antes de responderle, he recordado Las aventuras de Jeremiah Johnson, un hombre que en su necesidad de huir abandona su vida pasada y marcha hacia las montañas, hacia el Oeste, hacia el territorio de los crows. Es posible que Jeremiah también fuera una persona que no tuviera una jerarquía de ideas, sino una sola idea en cada momento, y que a diferencia de un fanático esa idea fuera cambiando, pero nunca se sobrepusiera a otra. Como la mujer de pelo blanco me ha recordado a la mujer-gaviota, le he dicho que al no poder cambiar el tiempo en el que vivimos, cambiamos de lugar, pero que siempre hay un resto de resistencia, aunque hay a quienes les disgusta la nostalgia, porque incluso el bienestar imaginario del pasado de los demás les molesta. Quizás eso sí le ha molestado porque ha movido un poco la mano, como para echar a volar. Siempre imagino que cuando alguien se altera por algo que he dicho, me dará respuesta poniendo la voz de Cioran. Pero la suya ha sido una respuesta tranquila. Me ha dicho que se puede huir hacia el oeste, que es la interferencia de la geometría en los sentimientos, pero que también se puede cambiar de perspectiva, que el amor es como caer desde una ventana, y que no hay manera de controlarlo. Luego ha emitido un sonido, una especie de pensamiento del que sólo se escucha la forma, pero que era el ruido de fondo de alguien cayendo.