De
camino hacia la estación he pasado por delante de una terraza donde un hombre
vestido de negro tomaba un café solo; seguramente, un hombre con dificultades
para relacionar ideas. Bajo su mesa había un perro, como bajo la Cruz en los
cuadros de los pintores flamencos. Ya en el andén, una mujer de pelo blanco y
agitado se ha puesto a mi lado y, mirando al cielo, me ha dicho que cada vez
van más hacia el oeste, y que luego se olvidan de volver: hay una generación de
gaviotas que no ha conocido el mar. Antes de responderle, he recordado Las
aventuras de Jeremiah Johnson, un hombre que en su necesidad de huir abandona
su vida pasada y marcha hacia las montañas, hacia el Oeste, hacia el territorio
de los crows. Es posible que Jeremiah también fuera una persona que no tuviera
una jerarquía de ideas, sino una sola idea en cada momento, y que a diferencia
de un fanático esa idea fuera cambiando, pero nunca se sobrepusiera a otra. Como
la mujer de pelo blanco me ha recordado a la mujer-gaviota, le he dicho que al
no poder cambiar el tiempo en el que vivimos, cambiamos de lugar, pero que siempre
hay un resto de resistencia, aunque hay a quienes les disgusta la nostalgia,
porque incluso el bienestar imaginario del pasado de los demás les molesta. Quizás
eso sí le ha molestado porque ha movido un poco la mano, como para echar a
volar. Siempre imagino que cuando alguien se altera por algo que he dicho, me
dará respuesta poniendo la voz de Cioran. Pero la suya ha sido una respuesta
tranquila. Me ha dicho que se puede huir hacia el oeste, que es la
interferencia de la geometría en los sentimientos, pero que también se puede
cambiar de perspectiva, que el amor es como caer desde una ventana, y que no
hay manera de controlarlo. Luego ha emitido un sonido, una especie de pensamiento
del que sólo se escucha la forma, pero que era el ruido de fondo de alguien
cayendo.
3 comentarios:
M'encanta...
Oh, merci!!!
Nadie escucha el ruido que estoy haciendo al caer.
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