Hace unos años conocí a Lucanor
Rosenvinge. Lucanor era escritor y también culto. Un día hablando con su editor
se propuso renunciar a todo. No quería publicidad, no quería presentaciones, no
quería que se promocionaran reseñas sobre su obra, no quería que en la cubierta
apareciera el símbolo de la esvástica y tampoco quiso que
apareciera su nombre, prefería un pseudónimo. Esa fue su renuncia pero tras esa
renuncia hubo una más: renunció a volver a escribir. Lucanor dejó de ser
escritor. Hace poco volví a encontrármelo en un café. Ahora vive en la casa de
un marqués arruinado que maldice constantemente a Azaña y no deja de hablar de
los naranjos que se agriaron aquel verano del 31. Lucanor me dijo que era su
cocinero y que se encargaba de cuidarlo y que a cambio de eso podía disponer de
una habitación, de un cuarto de baño, de tres comidas al día y del derecho de
uso de la biblioteca de la casa porque, a pesar de la ruina, el marqués
insistía en vivir en una casa, que lo de los pisos era cosa de burgueses.
2 comentarios:
¡Sorpreeesa!
María!! `sorpreseado´ estoy jaja!
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