Por mi barrio pasa un
tren de cercanías. Creo que por ello nunca hemos pensado en irnos muy lejos.
Pero no siempre ha sido así. Hace años, desde mi calle, veía pasar los aviones
que despegaban del Prat. En su vuelo había algo de libertad. Aunque eso era
antes que modificaran las rutas. Después tuvimos que conformarnos con las
gaviotas que volaban sobre nosotros, a primera hora, mientras esperábamos en el
andén. Ahora lo normal es que las gaviotas ya no pasen. En mi barrio había un
loco que les tiraba piedras, y otro que se las recogía.
Hace unos meses visité
el pueblo en el que viví un tiempo. Fueron los años en los que empecé a hablar,
a caminar, a ir en bici y a caerme de la bici. Es un pueblecito de Girona,
entre montañas y nubarrones bajos. Recuerdo por la mañana salir a la calle para
ir al colegio y encontrarme con campos llenos de escarcha y, desde allí, recorrer
en autobús el trayecto que nos llevaba hasta el pueblo de al lado. A esas
horas, uno aprende a temer el agua negra de un pantano, y también a pensar que
si había niebla era por algo, generalmente para ocultar algo.
Durante mi visita al
pueblecito de Girona, me fijé en las casas, las calles y la plaza con sus
arcadas interiores; me fijé en la gente que tomaba una bebida en la terraza de
un bar y me fijé cómo se fijaban en mí. «Las cosas se duplican en Tlön»,
debería de haber pensado. Y como Borges, debería de haber sabido que las cosas
tienden asimismo a borrarse cuando las olvida la gente. En aquel momento
debería de haber pensado que ese pueblo formaba parte del cuento de Borges, y
que hay lugares que hay que visitar para que perduren, como el umbral que
frecuentaba un mendigo «y que se perdió de vista a su muerte». Por el momento,
ese pueblo seguiría allí, imborrable; aunque sólo fuera porque, tras varias
décadas, había vuelto a visitarlo. «A veces unos pájaros, un caballo, han
salvado las ruinas de un anfiteatro».
2 comentarios:
El año pasado estuve viviendo en Vic y tu texto me ha hecho volver allí.
Un abrazo!
;)
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