Me he levantado temprano esta mañana. Estos días he estado
leyendo Frankenstein o el moderno Prometeo, de Shelley. También el otro día leí
que relacionar constantemente ideas, situaciones, es una enfermedad. Me ocurre
siempre. Aunque lo que tengo es el Mal de Montano. Luego escribo cosas sueltas
y ya se me pasa.
Frankenstein es un libro sobre la culpa: el gran monstruo
universal. Y que el miedo al progreso científico no es relevante. Si un día se
dejara de avanzar, de progresar, de inventar cosas, y se dejará así, en seco, la
culpa seguiría ahí: los monstruos siempre siguen ahí.
Llegué al libro de Shelley desde Marx y desde el mito de Prometeo,
y de cómo este robó el fuego a los dioses cogiéndolo del carro de Helios para
devolvérselo a los hombres en el tallo de una cañaheja. Así empieza el
desarrollo civilizatorio de la humanidad. Prometeo es castigado por Zeus y
encadenado a una roca mientras un águila le devora constantemente el hígado. Heracles
libera a Prometeo que tendrá que llevar siempre un anillo forjado del hierro de
la cadena, convirtiéndose así el castigo en algo simbólico. También en el mito,
Prometeo es el creador que forma a los hombres del barro inculcándoles el alma
con el fuego divino.
Como siempre me levanto cuando suena el despertador y voy siempre
con las prisas de perder algo, no presto atención a nada. Hoy me he dado cuenta
que los amaneceres tienen el sosiego de un cadáver.
En el mismo año en el que Shelley publicó Frankenstein nació
Marx, el Prometeo de Tréveris. Por lo que se puede decir que, para muchos, ese
año nació el Monstruo.
Escribe Shelley: «Lo que estimáis es el linaje antiguo,
unido a la riqueza. Un hombre puede ser respetado con solo una de esas
ventajas; pero si no tiene ninguna es considerado un esclavo condenado a gastar
sus fuerzas en provecho de unos pocos elegidos»
Hay un momento en el que el Monstruo se da cuenta que carece
de una historia personal, que toda su «vida pasada no era ahora sino tiniebla,
un ciego vacío en el que no distinguía nada. ¿Qué era yo?» Entonces he seguido
relacionando. En Blade Runner, Eldon Tyrrell, el creador de los Nexus 6, dice sobre el implante de recuerdos en los
replicantes: «Si les obsequiamos con un pasado creamos un apoyo para sus
emociones y, consecuentemente, podemos controlarlos mejor».
He estado almorzando fuera. Como no había casi nadie en la
cafetería, he estado leyendo un rato. También me he mordido la lengua. Morderse
la lengua a primera hora de la mañana es como un despertar.
En Remando al viento, Mary Shelley lo sabe, que no puede
quitarse al monstruo de la cabeza, que las cosas pasan por dentro y que, por lo
general, ahí suelen quedarse. Es como el médico de El corazón de las tinieblas,
de Conrad, que mide los cráneos de los que parten hacia allá, aunque no sirve
de nada: «Nunca los vuelvo a ver, comentó, además, los cambios se producen en
el interior, sabe usted»
1 comentario:
Interesante reflexion.
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