lunes, 19 de agosto de 2019

Porque también je me souviens


Recuerdo que hubo un tiempo que leía y luego hacía lo que leía. Es lo más vanguardista que he hecho nunca. Pero lo dejé. También recuerdo que cuando en el colegio nos hicieron leer El Manifiesto del Partido Comunista llené los márgenes con anotaciones que no tenían nada que ver con el texto: «Parto de que a mí Platón siempre me cayó mal». Creo que es un problema que sigo teniendo: que llevo la filosofía al terreno personal. Ahora estoy leyendo La religión del ateo, de Joan-Carles Mèlich, y me ha ayudado a entender por qué en aquellos momentos, en los que mi profesor de filosofía explicaba a Kant y yo no me enteraba de nada, le tenía ya inquina a Platón. También gracias a este libro me he dado cuenta que Heidegger me da pena, porque según él, si dios ha muerto ya no queda nada a lo que el hombre pueda atenerse y por lo que pueda guiarse. Y me da pena porque pienso que dios es para él un pensamiento terapéutico, como cuando yo pienso que soy un mal lector por la forma que tengo de leer, como buscando citas, y escucho que Rodrigo Fresán también lee así y me quedo más tranquilo.

Esta mañana en la cafetería he acabado de leer La noche fenomenal. Cómo me ha divertido, porque no es Gurb, es mejor que Gurb. Escribe Javier Pérez Andújar que ya se sabe que todos los himnos llevan al cementerio. Y como lo relaciono todo, he pensado en El lado oscuro del corazón, cuando en el tren Oliverio le dice a la muerte que él lo que quiere es enamorarla con un bolero, y que así se demostraría que un bolero es mucho más importante para la humanidad que la Marsellesa, la Internacional y todos esos himnos con los que ella había estado bailando hasta ahora.

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