domingo, 12 de abril de 2020

Praga, a las afueras de París (III)


Desde la ventana de casa, los días claros, puedo ver Praga, a las afueras de París. También puedo ver cómo varias calles pueden llevar a un callejón sin salida, porque la aritmética de las ciudades siempre es confusa. Luego he pensado otra vez en París ya que a veces se me queda la mente en blanco, como a Hemingway después del balazo. 

He estado leyendo Trópico de Cáncer, de Henry Miller. Hay un momento en el que Miller hace lo de Perec antes de Perec. Se sienta en la Place de Saint-Sulpice, «tan tranquila y desierta», y también agota aquel lugar parisino: los autobuses, el sol, los campanarios, el chapoteo de la fuente. «La plaza tan querida de Anatole France». También Cioran escucha desde su apartamento las campanas de Saint-Sulpice: «Es un ruido diferente del de los coches». Más adelante Miller hace lo mismo en la Place de la Trinité, donde describe otra vez el paso de los autobuses, las palomas que lanzan gritos de alarma, el garçon que limpia la mesa, las mujeres que pasan delante de él meneando sus culos.

Entonces me ha llamado mi vecina checa. Me ha contado que tuvo un novio en Praga que nunca comentaba lo que le había pasado ni ayer mismo, que formaba parte de esas personas cuyo único recurso es el futuro. Como no he querido continuar por ahí, ya que mi único recurso es el pasado, le he dicho que por mucho que ahora anochezca más tarde, yo tengo el mismo sueño. Luego le he explicado que he estado pensando en la idea de concluir el mapa concentrado de la literatura que hace años traté de elaborar. Y que iba a añadir una nueva calle a ese mapa, el Boulevard Raspail, en el que Henry Miller se encuentra a una mujer que explica que nació en Polonia y que su padre era irlandés. Y que por eso ella es inglesa.

Estos días estoy leyendo también Austerlitz, de Sebald. Escribe Sebald que al inicio, a Vera lo que le molestó especialmente cuando los alemanes invadieron Praga fue el inmediato cambio a la conducción por la derecha. «El corazón le perdía un latido cuando veía un coche circular a toda velocidad por el lado derecho, porque inevitablemente tenía la idea de que, en lo sucesivo, tendrían que vivir en un mundo equivocado». 

Escribe Henry Miller que incluso cuando el mundo va camino de su destrucción, hay un hombre que permanece en el centro. 

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