domingo, 18 de octubre de 2020

De los pechos pequeños y muy blancos de Hélène

Que soy partidario del desamor porque es algo que permite aprovechar el tiempo libre que queda después de trabajar. Ayer por la tarde me encontré a mi vecina checa en el rellano. Como le conté mi teoría del desamor, me explicó que cuando ella quiso romper con su novio le dijo que le iba a decir indirectas. Y así se lo dijo porque había llegado el momento, y que a partir de entonces se dedicó a viajar, que para ella es otra manera de decir adiós. También me contó que hizo otro tipo de excursiones, y que así conoció a Hélène, la única mujer con la que se ha acostado. Recuerda que Hélène tenía los pechos pequeños y muy blancos, y que ella los succionaba como si de allí fuera a salir ginebra. Y aunque con ella estuvo sólo una noche, en la que bebieron de manera que sólo los poetas podrían entender —y no todos los poetas—, aprendió que hay mujeres que son como viajes al extranjero aunque sólo se esté con ellas unas horas. Entonces le dije que hay una forma de viajar que es ir muchas veces a los mismos sitios, y que cuando en un viaje me atrae un lugar, lo primero que pienso es que me gustaría establecerme allí, como si viajara para encontrar sitios donde vivir —salvo en Honfleur, que es donde un día volveré para morir—; y que si fuera valiente y tuviera posibilidad, permanecería en una ciudad sólo hasta que las relaciones con la gente me condicionaran, que entonces desaparecería. Por lo que sé, está claro que me pasa con las ciudades lo mismo que explica Alejandro Zambra en Bonsái, que elude las relaciones serias, se esconde no de las mujeres sino de la seriedad. Ya saliendo del  ascensor, y mientras nos despedíamos, mi vecina me dijo algo así como que aunque a veces coincidía con varios a la vez, ella siempre ha sido fiel a sus amantes.

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