viernes, 27 de diciembre de 2024

Pero quizás se quedaría Francia

                             

He abierto la ventana de mi habitación esta mañana porque me gusta todo lo que aumenta el desconcierto. Como era muy pronto, he ido a la cafetería. Mientras leía, Aura se ha acercado con su pelo alborotado y me ha dicho que siempre tengo aspecto de ser una persona muy pendiente de saber si está lloviendo en Roma. Después ha entrado un hombre con un galgo delgado y negro que parecía mantener un hondo equilibrio en la fatalidad. Como se ha sentado en la mesa de al lado, me ha saludado y me ha dicho que hace unos años se encontraron unos papeles con los registros de un sismógrafo de Santiago de Chile, y que en esos registros sísmicos se aprecia la hora exacta en la que dos cazas bombardearon la residencia presidencial de Allende. «Y luego silencio, un ruido sísmico inferior a cualquier otro día: el toque de queda. Los sismógrafos también captan los terremotos sociales». Como no sabía qué responder, le he dicho que abrir una ventana siempre genera algún tipo de expectativa, sobre todo en los que miran desde abajo; entonces, me he levantado y he ido al lavabo para hacer tiempo mientras en la calle empezaba a haber movimiento y pitidos de coches, como en una secuencia de Godard. Aunque al volver, el hombre con la escala de Richter bajo el brazo seguía allí. Ha sido entonces cuando le he explicado que un día, en Albi, conocí a una chica que tenía un pelo negro y largo que le caía sobre un ojo, sobre un hombro, y era experta en el conocimiento de tres ciudades fronterizas. No sé bien por qué he pensado en aquello ni por qué se lo he contado a ese desconocido, pero le he dicho que era evidente que la cara de aquella mujer era triste: era una cara de la Francia de Vichy. Cuando el experto en temblores y su galgo negro se han ido, he estado leyendo Despachos de guerra, de Michael Herr, que son las crónicas que escribió durante la guerra de Vietnam. Como me interesa todo sobre Vietnam, incluso cuando era una colonia francesa que formaba parte de Indochina y Saigón era conocida como el París de Asia, he recordado a  André Malraux cuando escribía sobre la imposibilidad de conservar aquel territorio: «Lo único que podemos salvaguardar es algo parecido a un imperio cultural. No quedarían muchos franceses en aquellas tierras, pero quizás se quedaría Francia».

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