martes, 1 de mayo de 2012

Allá, en lo alto, no hay Quijotes ni amigo Sancho

  A veces, cuando el destino es azaroso y el viento parece que sopla de costado, me gusta caminar por los bordillos de las aceras. Tal vez porque en ellos veo una línea clara que poder seguir. Al llegar a las esquinas, en los cruces de las avenidas, mi vista se derrama por el suelo hasta desembocar en la acera del otro lado de la carretera. Un puente imaginario se despliega, sin arcadas ni arrogancia, sin pilotes ni algaradas, y se pliega tras cruzarlo sin dejar señal, memoria o rastro.

Cada pocos metros, cada pocos pasos, surge del suelo un pebetero cubierto de tierra, colillas, arenisca y agua, y de él una llama con forma arborescente que a cada chispazo desprende una hoja; la piso y la pisan y la pisamos los espantapájaros de brazos caídos que perturbamos la calle, mientras el viento, entre tímido y entrecortado, me golpea ahora de frente arrastrando pensamientos y recuerdos de los que me preceden. 

Sólo cuando una moto aparca sobre la línea que sigo, reacciono y levanto la cabeza. Allá a lo lejos, a lo alto, no veo molinos agresivos ni fantasmas de Don Quijote, no escucho el ladrido del galgo que atado a una farola ni pestañea buscando a su dueño, no veo al dueño que atado a una armadura compra el pan nuestro de cada día. Bostezo de atontamiento.

Cerca de L´ Illa, subiendo por Numancia, cedo con un pie a la tentación y bajo del bordillo, evitando así el mosaico de baldosas con sus petroglifos en forma de margarita de cuatro pétalos que florecen en el suelo. Me quiere, no me quiere, me quiere y al segundo no me quiere me acaba odiando de pura inquina.

El otro día, un día de lluvia, un día de perros con gabardina, ceñido al estrecho refugio que me otorgaba el balcón de un primer piso, con prisas y mirando al cielo, vi a un indigente, tumbado y a buen recaudo, con pausa, rascándose las costillas con una mano y con la otra sosteniéndose la nuca observando como corrían los viandantes y pensando, imagino,  cómo estos espantapájaros desmañados no saben ya ni mojarse.

No hay comentarios: