El día que Roncesvalles trajo la
estatuilla a casa, Martín se había instalado en el balcón. Había sacado una
silla y desde allí, sentado, observaba como jugaban al balón otros chicos del
barrio. También miraba como las palomas huían cuando la pelota rodaba hacia
ellas. Sobre la mesa, Roncesvalles desenvolvió el paquete y la figura, de tres palmos
de altura, quedó al descubierto. En la plaza los chicos que habían jugado a la
pelota ahora lo hacían a las canicas. Desde el balcón no se veían bien las
bolas pero sí los gestos de alegría y decepción. Roncesvalles canturreaba para
atraer la atención de Martín pero sólo Siracusa, el mastín, alzó un poco la
cabeza para ver que sucedía. La plaza se había quedado vacía. Martín se giró y
miró la estatuilla. Roncesvalles adoptó, de forma cómica, la posición de la
figura. Entonces el chico recordó el gesto que su madre le enseñó antes de
ausentarse: “Así, Martín, siempre podrás reír sin reír.”
2 comentarios:
:)
Noirsette!
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