Siendo así un loco, se subió a uno de los
árboles más altos del parque. Desde allí, mirando al campanario esperó que el
reloj marcara las cinco y treinta y seis, la hora en la que todos los locos del
barrio recuperan por unos segundos la cordura. Y al verse allí, en la copa de
un pino, sumido en un disparate, poder refrendar su trastorno y admitir que la
sensatez a veces parece invisible, como la honestidad.
I. Escribe Magris que en el Toboso hay un
centro Cervantino al que los jefes de Estado y de gobierno del mundo envían,
con dedicatoria, preciadas traducciones del Quijote en los idiomas de sus
países. Sólo Hitler, en los años treinta, no envió un ejemplar del Quijote sino
una edición de Los Nibelungos, «con una firma diminuta que casi no se ve, un
garabato retorcido, letras en posición fetal.»
II. «Después de haberme dicho que los
dragones no existían, me condujo a su guarida.» Ken Kesey ,“Alguien voló sobre
el nido del cuco”
III. Cuenta Milos, en “Trenes
rigurosamente vigilados”, que su abuelo ejercía de hipnotizador en circos
pequeños. «Toda la ciudad veía en su hipnotismo el deseo de hacer el vago toda
la vida.» Pero cuando los tanques alemanes se presentaron a las puertas de
Praga, «únicamente el abuelo fue a hacerles frente a los alemanes como
hipnotizador, a detener los tanques que avanzaban con la fuerza del
pensamiento.» Y de verdad lo hizo, detuvo el primer tanque hasta que se dio la
orden de volver a avanzar y el abuelo de Milos no se movió y dejó su vida bajo
las cadenas. «A partir de entonces, la gente de toda la región solía discutir.
Unos gritaban que nuestro abuelo era un loco, los otros, que no del todo, que
si todos se hubieran enfrentado con los alemanes como el abuelo, con las armas
en la mano, quién sabe cómo hubieran terminado los alemanes.»
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