I. Son los sábados los que son
subversivos. Se dejan atrás los cinco días de alienación y la concentración se
centra en la vida y no en el trabajo. Los sábados son peligrosos. En cambio los
domingos por la tarde se vuelven fangosos, como un reloj de arena al que se le
ha añadido agua, o los restos del caldo de pollo.
II. He salido a pasear. La gente pasea
los domingos. Los perros son menos complejos. Para ellos sólo hay dos tipos de
días: el resto de días y los domingos. Es esa simplificación lo que les da la
tranquilidad. Los domingos les llegan. Y sólo cuando llega el domingo saben que
ese es el momento en el que salen a pasear sin prisas, sin el horario definido de tres
micciones al día.
III. Cerca de la plaza de la estación he
visto a un hombre. Flaco, desgarbado, y con un violín bajo el brazo. He
escuchado que decía que dormía dos horas al día y que por las noches era cuando
hacía las cosas más útiles. Entonces he pensado en lo que escribió Kafka y lo
importante que son las noches para el hombre flaco, y que seguramente, y «desde
que una vez le cortaron la luz eléctrica, debe de llevar una vela consigo» y
una cerilla y un platito donde clavarla.
2 comentarios:
Me encanta, el platito, la cerilla y esos pechos maravillosos que para una los quisiera :)
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