sábado, 10 de octubre de 2015

Marca de agua, o como ver nadar a Greta Garbo




Esto no es más que una tentativa. Lo que me gustaría es poder oler lo que olió Joseph Brodsky cuando llegó a Venecia, el olor de algas heladas. Y ver también lo que vio Joseph Brodsky cuando salió de la stazione de Venecia una noche de invierno, un manojo de algas heladas sobre una roca mojada. Y como él, conocer a Ariadna y sentir que en el trayecto del vaporetto se iba enamorando; y cómo ella después le presentó a su marido y a su hermana, una mujer, al parecer, bellísima, más que su Ariadna, y más brillante, y, «por lo que dedujo, aún más casada». 

En esta tentativa no olvidaré que soy un hombre de mar. Cuando Joseph Brodsky decidió ir a Venecia, pensó alquilar una habitación en la planta baja de un palazzo. Y así lo cuenta en el libro Marca de agua: alquilar una planta baja para que las embarcaciones salpicaran su ventana. Y sospecho que también para aprovechar la niebla local, la nebbia, y desaparecer; porque en este intento mío de leer, escribir y volver a leer, tengo la certeza que esa es su búsqueda: hallar la invisibilidad, y de no conseguirlo, «en vez de coger un tren, comprarse una pequeña Browning y volarse los sesos, incapaz de morir en Venecia por causas naturales». 

No hay ballenas en Venecia. Por un momento he olvidado la intención inicial. Me he desviado de mi tentativa, que es escribir sobre lo que leo; aunque, como comenta Joseph Brodsky, desviarse en Venecia es lo natural, lo que hace el agua. 

«Es como ver nadar a Greta Garbo». Al no haber ballenas en Venecia (al menos no se dejan ver) uno debe concentrarse en Greta. Ahora una gaviota se ha posado en mi ventana. El hecho de escribir mientras leo también permite contar lo que me está sucediendo. Y la gaviota, con ese porte que tiene, altiva; y esa intención: la de sacarte los ojos si la dejaras. Y también, escribir mientras leo, me permite contar lo que pienso. Voy pocas veces a la iglesia. Sólo en los funerales o las bodas. Y mientras el cura dice su misa, yo pienso en mujeres. Incluso preferiría que las misas fueran en latín, para no distraerme; porque aunque estés pensando en otra cosa, el oído no se cierra y hay palabras que te distraen. Pero, en cuanto puedo, vuelvo a las mujeres, y a las piernas de esas mujeres, y a los pechos de esas mujeres. Y si hubiera realmente un dios que castigara por ello; allí mismo, porque el sitio es el más apropiado, hubiera caído fulminado más de una vez. 

No hay comentarios: