martes, 10 de noviembre de 2015

N´ ÉCRIVEZ JAMAIS




Llego pronto al bar París porque Sophie siempre tiene prisa. La última vez que hablé con ella me dio la sensación que estaba agotada, que por algún sitio se le escapaba la fuerza. Al verla llegar recordé lo que escribía Piglia, que afuera había una tormenta y un viento fuerte venía del mar, y que ella «caminaba con dificultad, moviendo los brazos como si remara». Al poco ya estábamos despidiéndonos. Y se iba saludando, como si partiera un barco. 

He empezado a leer Lancha rápida, de Renata Adler. Es un libro breve. Otro de esos libros breves que me gustan. Aunque no sé si lo que escribe es ficción o realidad. Cuenta Renata que una vez conoció a alguien que cuando se iba a dormir contaba gente contra la que tenía motivos de agravio. Cuando los tenía rodeados en su mente, los ametrallaba. Y cada vez que olvidaba a alguien tenía que volver a empezar. «Rodearlos. Ametrallarlos otra vez».

Simplemente no le veo sentido. Siempre he tenido la teoría que hay que renunciar; no hacer, dejar de hacer. Por eso, cuando en el libro de Renata Adler he detectado una insinuación a la renuncia, algo profundo me ha llevado a prestarle atención; a dejar de leer y a centrarme en esa frase como alternativa a Bartleby: «Simplemente no le veo sentido».

He seguido leyendo. Y leo que Will salió con un suéter raído a comprar leche a las seis de la mañana. Y que al pasar un autobús turístico, la voz del megáfono se refirió a él: «Allí hay uno». Explica Renata que eso fue en la década de los sesenta y que desde entonces Will se ha estado preguntando: «¿Allí hay un qué?»

N´ ÉCRIVEZ JAMAIS, como corolario final.

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