miércoles, 24 de agosto de 2016

Temen los poetas al hombre que vino de Porlock


No estaba haciendo nada. A veces no hago nada. Entonces ha bajado mi vecina checa para decirme que los grandes poetas siempre se han dejado caer en esa locura, en ese caos que para ellos es su derecho al desorden. Y viniendo como venía de no hacer nada, no sé cómo he recordado lo que una vez escribió Artaud, que «es grave advertir que después del orden de este mundo hay otro orden». Después de leerme unos versos del libro que traía, y antes de irse, me ha dicho que la gente no entenderá jamás la poesía porque jamás aceptará la locura, que es, en resumen, la forma más bella del derecho a marcharse.

He estado leyendo en Encuentro en Saint-Nazaire, de Piglia, sobre el hombre que llegó de Porlock e interrumpió a Coleridge mientras escribía el poema Kubla Khan. Al parecer, en pleno proceso creativo, de golpe, al llegar a la línea fourty-five, Coleridge oyó «unas voces y risas y la puerta del cuarto se abrió… y todo se perdió para siempre». Cuenta Piglia que para algunos ese hombre provenía de Porlock pero para otros era un tal «Somerset Porlock, un elegante hacendado que había estudiado en Oxford y que muere dos años más tarde en un duelo, antes de cumplir los treinta años» pero con la satisfacción de la interrupción cumplida. Y he pensado en cómo, aunque no sean conscientes, todos los poetas temen al hombre que vino de Porlock.

Sobre la locura. Leo que había «una mujer, en Trenton, que era descendiente de Federico Nietzsche. Entraba y salía de las clínicas psiquiátricas y hablaba con fluidez el alemán del siglo XIX. A veces tenía que fingir no ser descendiente de Federico Nietzsche para vivir algunos meses en libertad condicional».

No hay comentarios: