sábado, 16 de mayo de 2020

Autorretrato


Hubo un tiempo que leía y luego hacía lo que leía. A veces convierto las cosas en rutinas, como la amistad. Leo algunas páginas de Del dolor y la razón, de Joseh Brodsky, después de leer un libro muy potente y no saber con qué libro continuar. Es un libro impasse. Hoy me he levantado con capacidad para decir No. Ahora llueve. Me pasa un poco como a Édouard Levé en Autorretrato: las historias de amor me aburren. Siempre he sido muy del Tour de Francia y de llevar piedras en los bolsillos, como Virginia Woolf. Hubo un tiempo que podía decir sin parar, de Pirineos a Alpes, todos los puertos de categoría especial del Tour de Francia. Y que en los Alpes, la Croix de Fer me sonaba a la condecoración máxima de un soldado después de muerto. Cuando veo una foto hecha desde el espacio pienso que sólo se ve lo que, en un momento u otro, permanecerá; en general, perdurarán las cosas inmóviles, las que están enganchadas a la corteza terrestre. Me gusta decir Svaig, por Stefan Zweig, y lo repito como si fuera algo hipnótico: Svaig, Svaig. Si hay otras personas delante, entonces digo Zueig. Me gustan las cosas que no tienen importancia: la forma del Mar Negro es como Australia pero en pequeño. No llamo mujer a las mujeres, porque no me sale, y digo chica. Tampoco digo hombre a los hombres, digo tío. Mi mundo está formado por chicas y tíos, como una película quinqui de los ochenta. No he leído todavía Ulysses, de Joyce, porque la cobardía tiene muchas excusas. Recuerdo que un profesor, el primer día de clase, nos vino a decir que un enunciado puede ser verdadero y falso a la vez, a condición de asignar un grado a la verdad y un grado a la falsedad. A mí La Sorbonne siempre me ha sonado a bar de alterne. Me gustan los libros de ciencia-ficción en los que desaparece casi toda la población quedando sólo alguna pequeña comunidad. En el libro La Tierra permanece, de George R. Stewart, la pequeña comunidad que sobrevive genera una nueva mitología: mueren todos los antiguos dioses. Estos últimos días estoy un poco cansado, y me he reservado Molloy, de Beckett, para el fin de semana. Qué afortunados los que dicen que hoy se han levantado con una canción en la cabeza y que no tienen forma de sacársela. Yo llevo así diez años.

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