sábado, 7 de septiembre de 2019

Las ciudades invisibles


Como me gustan algunas frases de Scott Fitzgerald, una vez le dije a una de mis novias, una que me mostraba tanta indiferencia como las otras, que en la noche oscura del alma son siempre las tres de la mañana, y me dijo que y a mí qué. A veces me pasa que no sé qué decir y pienso que tengo que decir algo ya que de lo contrario voy a mostrar que realmente no tengo nada que decir. Pero las cosas me importan, aunque actúe como un caballo del ajedrez bajando por el Eixample: escapándome de allí al galope. No sé por qué siempre he pensado que Romeo debía de morir. No hago más que encontrar razones para ello. También encuentro razones para escribir aquí un Manifiesto sobre el desamor, sobre la muerte, pero alejado de la idea de soledad, porque la soledad, como todas las grandes ideas, es una creación francesa.

Anoche estuve en casa leyendo hasta la madrugada Las ciudades invisibles, de Italo Calvino, ya que en la noche oscura del alma yo leo hasta las tres de la mañana. Una de las ciudades de Calvino no tiene paredes, ni techos, ni pavimentos; ni tiene nada que la haga parecer una ciudad excepto las tuberías del agua que suben verticales donde deberían estar las casas: una selva de tubos que terminan en grifos, duchas, sifones y bañeras. Y esa idea me pareció una maravilla, porque es un poco lo de Louise Glück cuando dijo: No amas el mundo, si amaras el mundo habría imágenes en tus poemas. Como en el libro de Calvino hay una clasificación de las ciudades, estoy esperando que aparezca otra que entre dentro de Las ciudades y los signos. Son las que más me gustan porque me recuerdan la letra de un fado: Un ramo de laurel en la puerta indicaba una taberna. 

1 comentario:

Belkys Pulido dijo...

Como las ciudades de hoy que parecen sin paredes, muchos expuestos en tendederas de imágenes donde sólo los lectores se salvan, mirando a los ojos de otros lectores que forman puentes, a través de las páginas