sábado, 1 de septiembre de 2012

Café del Deseo número cuatro



El otro día caminaba por la calle de Verdi. Podía haber escrito que paseaba por la calle de Verdi pero no era así, caminaba. Para quien no la conozca diré que la calle de Verdi es una calle estrecha; estrecha para lo que estamos acostumbrados, algo oscura por las noches, casi en una penumbra apacible que no molesta a los ojos y con una falsa tentativa de parecer peatonal.

No sé si alguien estará leyendo esto en estos momentos, o lo hará en cualquier otro momento, pero me gustaría decirle que lo que aquí estoy escribiendo no es un cuento. Quizás esta apelación la debería de haber hecho al principio de este escrito pero, en el momento de empezar a contar lo sucedido, no tenía la sensación que esta historia pudiera tener apariencia de relato.

Me había desplazado hasta allí en busca de un café que me habían recomendado: el Café del Deseo número cuatro. Cuando me dieron las señas no me atreví a preguntar si el número cuatro era el número de la calle de Verdi en el que se hallaba el café o, en cambio, formaba parte del nombre del local. Al llegar a la esquina con la calle de la Perla pregunté a una persona que pasaba por allí. Me referí al café como Café del Deseo, sin el número cuatro. “No me suena pero sube más, por allí hay muchos bares”, me dijo.

Otras veces me había pasado. Tenía la sensación que lo que realmente estaba buscando era una puerta falsa. Sé que en Barcelona las hay y que algún día me encontraría con una de ellas. Decían los egipcios que por las puertas falsas se colaban las deidades para transitar de un mundo hacia el otro. Pues bien, esa sensación de saber que lo que me encontraría sería una pared con la forma de una puerta esculpida iba ganando fuerza.

Mientras miraba calle arriba con semblante despistado, parado cerca de un quiosco, volví a encontrarme a la chica que me había indicado anteriormente. “El Café del Deseo, ¿no será una puerta falsa?”, pensé en preguntarle, aunque desistí para no parecerle un poco atolondrado y, en cambio, teatralicé la pose de estar leyendo la portada de un diario que se había quedado sin vender en el escaparate de la librería Torrent.

Como la única indicación que tenía era que debía de subir calle arriba, así lo hice. Buscaba un letrero grande en el que cupieran las cinco letras que andaba buscando: Café del Deseo número cuatro. Esperaba encontrarme allí una cristalera oscura. Debía de ser oscura para que no pudiera verse el interior. Sería así para mantener el misterio hasta el final: “Hasta que no se cruza la puerta no descubrirás que hay en lo profundo del Café”

Cerca de una panadería que estaba ya cerrando y delante de un restaurant pude, finalmente, ver el rótulo: "Café del Deseo", el desperfecto causado por una pedrada que había producido la rotura del plástico en medio de la palabra número y un cuatro en cifras: “Café del Deseo n   ero 4”. Lo había encontrado, aunque no en las condiciones que esperaba. El local estaba cerrado, y por la apariencia de dejadez, debía de estarlo desde hace ya algún tiempo. Volvió entonces esa impresión que había tenido de haber hallado una de las puertas falsas de Barcelona. Allí, justo frente a mí, al lado de una panadería y delante de un restaurant de comida del Kurdistán, una puerta falsa pasaba desapercibida para todos en una calle con la falsa tentativa de parecer peatonal y en una penumbra, casi apacible, que no molestaba a los ojos.

No hay comentarios: