Acabo de mirar por la ventana. Lo he
hecho en silencio para no interrumpir el sueño de los otros huéspedes del
hostal. Desde la ventana tengo una visión estupenda de los suburbios de Praga,
a las afueras de París. Desde aquí he podido diseñar, en el mapa concentrado de
la literatura que estoy elaborando, el trazado de una nueva calle: la calle
Miroslav Hašek, que podría, con el tiempo, devenir en avenida.
I. Desde mi ventana puedo ver, como veía
Luc, el personaje de Enric de la Ville-Maat, como al anochecer, siempre a la
misma hora, se cierra, al otro lado de la calle, el ala de una ventana. Y como
le sucede a Luc, me parece estar presenciando ese espectáculo único desde un
palco privilegiado sintiendo como «en ese momento mágico alguien se envuelve en
una capa y se dispone a salir de noche», y que quien se envuelve en esa capa no
es alguien anodino sino «el vampiro de la casa de enfrente».
II. Mañana me levantaré temprano. Mi hostelera me ha dicho que el desayuno se sirve a las ocho y que a las ocho y media se deja de servir. Será un desayuno efímero. También me ha contado que en la habitación en la que estoy se alojó Alois Havel en la época del protectorado. Perseguido por la Gestapo, Alois, abrió la ventana en la que estoy apoyado, puso su mano en la cornisa y, antes de ser arrestado, brincó hacia el vacío de un salto, también efímero. Ahora estoy aquí apoyado en la jamba de la ventana, recordando a Alois y viendo París a lo lejos, a las afueras, y anotando en la agenda que, en el hostal, mañana, la comida se sirve a la una y que a la una y media se deja de servir.
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