El viento soplaba de levante. Era uno de
esos días que los aviones debían salir al revés. No me refiero a que despegaban
de cola sino que salían de sur a norte, mirando a los Pirineos. El viento tiene
el sambenito de ser una fábrica de locos, una factoría de artistas locos
-Doctor, no lo tome a mal, si no fuera
por el viento su jardín de peonias sería un tiesto con geranios.
-Usted está realmente loco, caballero
I. En “Quién soy yo”, Bohumil Hrabal
escribe sobre el fóhn, el viento de otoño que en Baviera sopla sólo una semana
en octubre y una semana en febrero mientras que en Praga sopla siempre, «por lo
menos para mí. Y me trae el complejo de haber hecho una buena, de haber matado
a alguien, de haber cometido un gran crimen, aunque soy completamente inocente.»
II. Leo en “El mal de Montano” de Enrique Vila-Matas, que la madre de Jules Verne «tenía un nombre que parece casi
una corriente de aire: Sophie Allote de la Fuye.»
III. «-En Sicilia –comenta Patrizia-, cuando el sirocco empieza a soplar todo el mundo se encierra en sus palacios.
Me ve enarcar una ceja y matiza con una risita voluble:
-En fin, los que tienen palacio.» Ignacio Vidal-Folch , “Lo que cuenta es la
ilusión”
IV. A veces, cuando sopla la bora, me
siento en un bar y empiezo a contar mientras los veo pasar: el loco de la
esquina; el que perdió la razón al levantar la voz y al que, por seguir una sandía
que rodaba calle abajo, llamaron “corazón triste de sandía”.
Este último, el número cuatro, según mis cuentas, era el más melancólico y así le diagnosticaron: ”alicaído con querencia a las pendientes, cuanto más inclinadas mejor”.
Este último, el número cuatro, según mis cuentas, era el más melancólico y así le diagnosticaron: ”alicaído con querencia a las pendientes, cuanto más inclinadas mejor”.
1 comentario:
Muy bueno.
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