domingo, 2 de diciembre de 2012

Se escribe un cuento, se escribe despacio



Leo un cuento de Carver. Un día debería de escribir un cuento. Uno de esos breves de dos páginas o tres. Debería de proponerme escribir un cuento al año. Si lo hiciera, de aquí a diez años tendría diez cuentos, y veinte de aquí a veinte años. Escribiría un cuento sobre un tema corriente y así podría tener cuentos sobre cada tema corriente que se me ocurriera. Y ninguno tendría un final sorprendente. Todos tendrían finales corrientes. Y si en un cuento lloviera en otro no lo haría, para no repetirme.

I. «-Ahí tiene pan y mantequilla -le dije, bebiendo parte de mi copa-. Y ahora recemos.
El ciego inclinó la cabeza. Mi mujer me miró con la boca abierta.
-Roguemos para que el teléfono no suene y la comida no esté fría -dije.»   
Raymond Carver, “La catedral”

II. Hemingway imaginó que se podía omitir cualquier parte de un cuento a condición de saber muy bien lo que uno omitía. Esa parte omitida comunicaba más fuerza al relato y le daba al lector la sensación de que en el cuento había mucho más de lo que se había expuesto. «Bueno, pensé, así me salen los cuentos ahora, que nadie los entiende.»

III. “El gato bajo la lluvia” no es el mejor cuento jamás escrito. 

IV. El otro día se encontró con un vendedor en la calle. Vendía una licencia de armas de segunda mano. Estaba un poco arrugada y la foto de carnet algo borrosa. Comentó que el fotógrafo era mediocre pero que a él le valía porque así habría más personas que podrían comprársela: El mundo anda lleno de rostros desenfocados, me dijo.

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